Noche de otoño en Córdoba, entre bambalinas el tiempo se congela y una pequeña de ocho años observa con sus enormes ojos. El teatro tiene el fondo oscuro, tan sólo la luz del crepúsculo. El fin del día ilumina movimientos clandestinos y encontrados. Una pareja danza, baila al piano con puntas, vestido rojocomo el atardecer que enciende la vida y tres pequeñas rosas blancas en el cabello. Se encuentran, dependen el y ella, punzada de dolor en el estómago, el vello de la nuca erizado, sólo tres minutos, una vida. No hay letra en el guión, sobran las palabras, se extinguen las voces, sólo hay amor. Saltan, ella es ligera, él fuerte. Caen y ante ellos, baja el telón... Cuando escucha tus acordes aquella niña se ve bailando en la actualidad, convertida en mujer con las flores en el pelo y los ojos cerrados. Ella baila, ella vive.
domingo, 11 de septiembre de 2011
Una tarde cualquiera disfrutando de un polo de naranja la vida cambió. Fue el destino o fue un flechazo directo al pecho. De su cabeza brotaban faros incandescentes y sentía el alma roja, roja como la sonrisa de la pequeña Amélie. Un cobrizo intenso, como los labios después de haber mordido un polo de naranja. Delante, un bloque de hormigón seco, duro, impenetrable y quebradizo como un trozo de celulosa que sus dedos acariciaban rápidamente. Delante, aprender a escribir como nos enseñaban los maestros de escuela, nada de la incorregible caligrafía, manchada en papel por un bolígrafo que escupe tinta y, escupe palabras de un rojo amapola. Rojo como ella, rojo como el atardecer que enciende la vida, rojo.