domingo, 11 de septiembre de 2011



Una tarde cualquiera disfrutando de un polo de naranja la vida cambió. Fue el destino o fue un flechazo directo al pecho. De su cabeza brotaban faros incandescentes y sentía el alma roja, roja como la sonrisa de la pequeña Amélie. Un cobrizo intenso, como los labios después de haber mordido un polo de naranja.
Delante, un bloque de hormigón seco, duro, impenetrable y quebradizo como un trozo de celulosa que sus dedos acariciaban rápidamente. Delante, aprender a escribir como nos enseñaban los maestros de escuela, nada de la incorregible caligrafía, manchada en papel por un bolígrafo que escupe tinta y, escupe palabras de un rojo amapola. 
Rojo como ella, rojo como el atardecer que enciende la vida, rojo.

No hay comentarios: